Mi hijo no lo hace para molestarme: lo hace porque no puede más
Muchos padres dicen “mi hijo me saca de quicio” o “es que lo hace para fastidiar”. Algunos incluso se lo dicen delante del niño, como si él no lo escuchara. O peor aún: como si no le doliera.
¿Y si te dijera que no es maldad? ¿Que no es vagancia, ni rebeldía, ni manipulación?
Es sufrimiento.
Lo que pasa es que el sufrimiento, en los niños autistas, no siempre tiene forma de lágrimas. A veces se presenta como resistencia, gritos, agresiones, silencios largos, o conductas repetitivas que nos desconciertan. Y como no entendemos lo que hay detrás, asumimos lo peor. Decimos que “no quiere colaborar”, “nos está tomando el pelo” o “solo quiere llamar la atención”.
Pero no. Está llamando a la comprensión. Está gritando desde su límite. Está haciendo lo que puede.
Ejemplo 1: El niño que “pega porque es malo”
Mario tiene 6 años. Es autista y tiene dificultades para regular sus emociones. En casa, cuando algo no sale como espera, lanza objetos o pega. Su padre se enfada y le grita: “¡No te soporto cuando haces eso, siempre igual! ¡Eres un malcriado!”
Lo que no ve ese padre es que Mario no sabe cómo descargar lo que siente. Que a veces su cuerpo se inunda de sensaciones tan intensas que lo desbordan, y golpear es su única válvula de escape. Si en ese momento pudiera hablar, probablemente diría: “Papá, estoy colapsando. Ayúdame. No quiero estar así, pero no sé cómo salir.”
Ejemplo 2: La niña que “no hace nada porque es una vaga”
Lucía tiene 10 años. Le cuesta muchísimo organizarse, empieza una tarea y se distrae con cualquier cosa. En el colegio dicen que “no presta atención”, y su madre, cansada, comenta que está harta de que “no haga nada”.
Pero lo que nadie ve es que su mente está tan sobrecargada que no puede más. Que a lo mejor sufre inercia cognitiva, le cuesta pasar de una cosa a otra, y está agotada de esforzarse para adaptarse a un ritmo que no es el suyo. No es que no quiera. Es que ya no puede.
Ejemplo 3: El adolescente que “solo busca molestar”
Álvaro tiene 14 años. Es autista y suele repetir frases de películas. En clase las dice en voz alta, incluso en momentos inoportunos. Su profesora le llama la atención y él sonríe, lo que la enfada aún más. “¡Encima se ríe! ¡Lo hace para burlarse de mí!”
Pero lo que nadie ha explicado a esa docente es que Álvaro tiene un perfil de procesamiento gestáltico del lenguaje. Que repite frases como forma de regularse, de comunicar algo o de calmar su ansiedad. Y que esa sonrisa no es burla, es nerviosismo, una manera involuntaria de sobrellevar la incomodidad social.
Hay algo que deberíamos tener grabado a fuego: cuando no sabemos por qué un niño se comporta así, lo que debemos presumir… es bondad.
Presumir que no tiene mala intención. Que no lo hace contra ti. Que está haciendo lo mejor que puede con las herramientas que tiene.
- Presumir que quiere hacerlo bien, pero no siempre puede.
- Presumir que le duele cuando lo castigas sin entender.
- Presumir que está intentando comunicarse como puede.
¿Te imaginas vivir cada día con miedo a que tu manera de ser moleste a los demás?
Eso viven muchos niños autistas cuando se les juzga por conductas que ni siquiera comprenden del todo. Cuando sienten que siempre “se portan mal”, que “todo lo hacen mal”, o que “nunca es suficiente”.
¿Y si en vez de eso, empezamos a mirar con más compasión y menos juicio?
- ¿Y si en vez de pensar “lo hace para llamar la atención”, pensamos “quizá necesita sentirse visto”?
- ¿Y si dejamos de decir “es que es un vago” y nos preguntamos “qué parte de esta tarea se le está haciendo imposible”?
- ¿Y si dejamos de decir “me está manipulando” y empezamos a escuchar lo que su conducta está tratando de decirnos?
Nuestros hijos no necesitan que seamos perfectos. Necesitan que seamos justos.
Y la justicia, con ellos, empieza por no asumir lo peor.
Empieza por presumir bondad.
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Susana Ariza Cantero
Divulgadora de autismo
www.vivirelautismo.com
Susana@vivirelautismo.com
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