
Cada vez más investigaciones apuntan a algo que muchas familias ya intuían: la barriga habla… y mucho. En el caso del autismo, la microbiota intestinal está demostrando tener un papel fundamental en el comportamiento, la regulación emocional, el sueño e incluso el lenguaje.
La microbiota intestinal es el conjunto de microorganismos (bacterias, virus, hongos, etc.) que viven en nuestro intestino. Lejos de ser simples habitantes pasajeros, tienen funciones vitales: digieren alimentos, producen neurotransmisores, modulan el sistema inmunológico y, lo más interesante, se comunican directamente con el cerebro a través del llamado eje intestino-cerebro.
¿Qué se sabe hoy sobre microbiota y autismo?
Numerosos estudios han encontrado alteraciones en la composición de la microbiota intestinal en personas autistas, especialmente en la infancia. Algunos de los desequilibrios más comunes incluyen:
• Menor diversidad bacteriana: tener pocas especies microbianas puede limitar la capacidad del cuerpo para regular funciones clave.
• Presencia excesiva de ciertas bacterias proinflamatorias o productoras de toxinas.
• Déficit de bacterias beneficiosas, como Bifidobacterium o Lactobacillus.
Estas alteraciones están relacionadas con síntomas como:
• Problemas digestivos (estreñimiento, diarrea, dolor abdominal)
• Irritabilidad, ansiedad o hiperactividad
• Dificultades de sueño
• Conductas repetitivas o autoestimulación
No es que la microbiota “cause” el autismo, pero sí puede influir en su expresión. Y eso es una gran noticia, porque la microbiota se puede modular.
¿Qué se puede hacer?
Desde la intervención más médica hasta pequeños cambios en el día a día, hay muchas estrategias para mejorar la salud intestinal:
• Alimentación rica en fibra: frutas, verduras, legumbres y cereales integrales alimentan a las bacterias buenas.
• Evitar ultraprocesados y azúcares refinados, que favorecen a las bacterias patógenas.
• Probióticos y prebióticos, si están bien elegidos y supervisados.
• Reducción de antibióticos innecesarios, ya que alteran el equilibrio microbiano.
• Atención al entorno emocional y al estrés, que también impactan en la flora intestinal.
Y lo más importante: cada niño es único. Lo que ayuda a uno puede no servir a otro. Por eso es clave contar con profesionales que acompañen con una mirada integradora.
Cuidar la microbiota es cuidar el cerebro
Este enfoque nos invita a mirar el autismo desde una perspectiva más amplia: no se trata solo de trabajar “conductas”, sino de entender el cuerpo como un sistema interconectado.
Y cuando empezamos a ver a nuestros hijos como un todo, no solo mejoran sus síntomas… sino que mejora su calidad de vida. Y la de toda la familia.
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Bibliografía:
• Sharon, G., et al. (2019). The Central Nervous System and the Gut Microbiome. Cell.
• Kang, D. W., et al. (2017). Microbiota Transfer Therapy alters gut ecosystem and improves gastrointestinal and autism symptoms. Microbiome.
• Cryan, J. F., et al. (2020). The Microbiota-Gut-Brain Axis. Physiological Reviews.
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