“Tu hijo no necesita que lo cambies. Necesita que lo entiendas.”
Muchas madres llegan a mí con el corazón agotado. Me dicen:
— “Siento que lo intento todo y nada funciona.”
— “Me dicen que es autismo leve, pero yo no puedo más.”
— “Parece que va a su bola, que no me oye, que me ignora.”
Y detrás de todas esas frases hay algo más profundo: una lucha constante, diaria, contra algo que no se entiende. Porque cuando no sabes por qué tu hijo actúa como actúa, todo se vuelve personal. Y muy doloroso.
Pero cuando empiezas a entenderlo… todo cambia.
El autismo no desaparece. Las dificultades no se esfuman.
Pero tú dejas de luchar contra tu hijo. Y empiezas a caminar con él.
Lo que cambia todo no es una terapia. Es una mirada.
Cuando comprendes que tu hijo no se tapa los oídos “porque quiere llamar la atención”, sino porque le duele el sonido…
Cuando comprendes que no contesta no porque te desafíe, sino porque necesita más tiempo para procesar…
Cuando ves que su enfado no es desobediencia, sino sobrecarga sensorial, emocional o social…
Ahí, el autismo deja de ser “el problema”.
Y empieza a ser una brújula para adaptar, para conectar, para acompañar de verdad.
Ejemplo real:
Laura venía de pelear todos los días con su hija, que con 5 años se desregulaba cada vez que llegaban al parque.
Gritaba, se tiraba al suelo, mordía el abrigo o salía corriendo sin motivo.
Después de revisar juntas lo que pasaba, se dio cuenta de que el problema no era el parque, ni la niña. Era la transición brusca entre la escuela y el juego libre, sin tiempo de descarga.
Empezaron a ir caminando muy despacio, sin hablar, con una canción suave en los auriculares. A veces se sentaban un momento en un banco antes de entrar.
Y todo cambió.
Porque lo que parecía un “problema de conducta” era un “problema de entorno no adaptado”.
¿Qué puedes hacer tú?
No necesitas cambiar a tu hijo.
Necesitas hacerte una experta en él.
Aquí tienes tres ideas concretas que puedes empezar hoy:
- Haz una lista de momentos difíciles del día. Escribe qué ocurre antes, durante y después. Busca patrones.
- Ponte en su lugar sensorial y emocional: ¿cómo se sentiría eso si fueras tú? ¿qué parte podría resultarte abrumadora?
- Haz una adaptación sencilla: reducir ruido, adelantar información, cambiar un horario, poner un cartel visual, permitir descanso.
Son pequeños ajustes, pero el impacto es enorme.
No solo baja el malestar. Sube el vínculo.
Metáfora:
Acompañar a un niño autista sin entenderlo es como tratar de cuidar a una persona pelirroja en la playa sin saber que se quema con facilidad.
Puedes pensar que exagera, que se queja sin motivo, que solo quiere atención…
Hasta que lo entiendes.
Y entonces llevas protector solar, buscas sombra, respetas sus tiempos.
No porque sea débil, sino porque su piel —como su sistema sensorial— funciona distinto.
Y eso es comprender para cuidar.
Cierre:
Cuando entiendes a tu hijo, no necesitas corregirlo.
Solo necesitas estar ahí.
Adaptarte.
Confiar.
Ser su refugio en un mundo que a veces no tiene en cuenta sus necesidades.
Tu hijo no está roto. Solo necesita que el mundo —empezando por su casa— hable su idioma.
¿Este post te ha resonado?
Suscríbete y compártelo con otra madre que está cansada de luchar contra su propio hijo. Hay otra manera.
¿Quieres más?
Espero que este post te haya ayudado. Si necesitas más ayuda, visita mi web:
www.vivirelautismo.com
Susana Ariza Cantero
Coach en Neurodiversidad
Fundadora de Vivir el Autismo
Divulgadora de autismo
Susana@vivirelautismo.com
#autismo #neurodivergencia #comprension #crianzarespetuosa #vivirelautismo #madresqueacompañan
Bibliografía y referencias
- Barry Prizant. Uniquely Human
- Doble Equipo. Talleres sobre acompañamiento respetuoso
- Daniel Millán López. Formación sobre entorno comprensivo
- Temple Grandin. Experiencias personales desde el autismo
Deja una respuesta