Para muchos niños y niñas autistas, el hogar es el único lugar donde pueden soltar todo lo que han aguantado fuera. Llegan cargados de ruido, de cambios, de demandas y de esfuerzo social. Si al entrar en casa se encuentran más prisas, más ruido, más exigencias y más caos, es cuestión de tiempo que exploten.
La buena noticia es que no hace falta una casa perfecta ni grande para que se sienta como refugio. Hace falta intención: mirar el hogar con sus ojos y preguntarte qué cosas le calman y qué cosas le ponen en alerta. A partir de ahí, empezar a ajustar.
1. Crear un “refugio” claro y respetado
No es solo “su habitación”. Es su refugio. Un lugar donde nadie entra a discutir, a regañar ni a exigir. Un rincón donde pueda retirarse cuando está saturado sin que le sigan con preguntas o enfados.
- Elige un espacio concreto: una cama, una esquina con cojines, una tienda de tela, un sillón.
- Reduce al máximo el ruido y la luz agresiva en ese lugar.
- Coloca allí sus objetos de regulación: mantas, peluches, juguetes de interés, libros, auriculares, masticables, etc.
- Acuerda una señal visual para indicar “ahora estoy en mi refugio, necesito estar solo o en calma”.
Lo importante no es solo crear ese espacio, sino respetarlo. Si cuando se refugia le seguimos recriminando o presionando, deja de ser seguro.
2. Bajar el ruido de fondo
Muchos hogares tienen un ruido constante de fondo: televisión encendida aunque nadie la mire, radio, móviles con notificaciones, conversaciones superpuestas, golpes de puertas, juguetes sonoros. Para un sistema nervioso ya sobrecargado, todo eso es peso extra.
- Apaga la tele si no se está usando realmente.
- Evita poner música y tele a la vez.
- Si hay varios hermanos, intenta que no todos estén con sonidos fuertes al mismo tiempo.
- Usa alfombras, cortinas y textiles que “absorban” ruido.
- Ten siempre localizados unos cascos o auriculares para él o ella.
No se trata de vivir en silencio, sino de evitar un ruido de fondo permanente que nunca le permite descansar.
3. Orden visual: menos cosas compitiendo
El desorden visual también cansa. Una estantería llena hasta arriba, paredes saturadas de cosas, juguetes por el suelo… todo eso es información extra que su cerebro tiene que filtrar.
- Guarda parte de los juguetes y deja fuera solo los que usa más.
- Utiliza cajas o cestas para que no se vea todo a la vez.
- Deja algunas paredes más despejadas para que la vista descanse.
- Si le ayuda, usa fotos o pictos fuera de las cajas para que sepa qué hay dentro sin tener que abrir todo.
Menos estímulos a la vista suele traducirse en más calma interna.
4. Anticipar el día para evitar discusiones
Muchas peleas en casa no son por la norma en sí, sino por la sorpresa. De repente hay que ducharse, apagar la tablet, salir al súper… y su sistema nervioso, ya cargado, no puede con un cambio brusco.
- Prepara un pequeño horario visual (dibujos, fotos, palabras) con las rutinas principales.
- Avisa con tiempo antes de cada cambio: “en 10 minutos apagamos la tablet”, “cuando acabes este vídeo vamos a cenar”.
- Usa temporizadores visuales o de arena en lugar de solo palabras.
- Evita añadir planes extra a última hora si ese día ya viene muy cargado.
Cuando sabe qué va a pasar, su cuerpo baja la defensa. Y una casa con menos batallas es automáticamente una casa más tranquila.
5. Ajustar las demandas a su nivel de energía
No todos los días son iguales. Hay días en los que viene del cole agotado, saturado de estímulos o con algún conflicto que no sabe explicar. Esos días, pedirle lo mismo que un día tranquilo es casi una garantía de explosión.
- Obsérvale al llegar: su cara, su postura, cómo entra por la puerta.
- Ten “días blanditos” donde reduzcas al mínimo las exigencias si notas que viene al límite.
- En vez de soltar órdenes encadenadas (“pon la mochila, lava las manos, ven a comer…”), ve de una en una y, si puedes, acompaña físicamente.
- Acepta que algunos días, la prioridad no será “cumplir todo”, sino que llegue a la noche sin romperse.
La calma en casa no es que todos obedezcan a la primera; es que las demandas están ajustadas a lo que de verdad puede sostener.
6. Cuidar la forma, no solo el contenido
A veces el problema no es lo que pedimos, sino cómo lo pedimos. Un tono alto, un gesto de enfado, un “¿otra vez igual?” puede disparar su alerta y convertir una situación gestionable en una batalla.
- Habla más despacio y un poco más bajo de lo que hablarías de forma automática.
- Evita preguntas retóricas del tipo “¿pero tú te crees que…?”; generan culpa pero no ayudan.
- Usa frases claras y concretas, sin demasiadas palabras de golpe.
- Cuando puedas, toca menos y señala más: algunos niños se alteran con el contacto físico inesperado.
Tu tono y tu manera de acercarte pueden ser gasolina o agua. En una casa que busca calma, intentamos que sean agua.
7. Dar tiempo real para descomprimirse
Hay niños que, al llegar a casa, necesitan correr, saltar, girar, columpiarse, apretar cosas o tumbarse debajo de una manta pesada. No es “hacer el loco”, es su cuerpo buscando regularse después del esfuerzo del día.
- Respeta un rato de “descompresión” al llegar: primero descargar, luego hablar, normas o tareas.
- Si puedes, ofrece opciones: columpio, cama elástica pequeña, almohadones para tirarse encima, paseo corto por la calle, etc.
- No interpretes siempre ese estallido de movimiento como provocación; muchas veces es pura necesidad fisiológica.
Cuando esa descarga está permitida y acompañada, los conflictos posteriores suelen bajar mucho.
8. Cuidar también tu propia calma
La casa no puede ser un lugar tranquilo si tú estás siempre al límite. No porque “seas culpable”, sino porque eres humana. Un niño en alerta y una madre o un padre en alerta crean una combinación explosiva.
- Busca pequeños momentos tuyos de pausa, aunque sean cinco minutos en otra habitación.
- Si sabes que estás a punto de estallar, aléjate un momento antes de responder.
- Habla en plural: “vamos a calmarnos”, en vez de solo señalar lo que él hace mal.
- Permítete días en los que tú también haces lo justo y necesario. No tienes que poder con todo siempre.
Tu calma no tiene que ser perfecta, solo un poco más estable que la suya. A veces, ese “poco” ya marca una diferencia enorme.
La casa como refugio, no como segundo campo de batalla
El objetivo no es que haya silencio absoluto ni que nunca haya conflictos. El objetivo es que, cuando tu hijo piense en casa, su cuerpo se relaje en lugar de tensarse. Que sepa que allí puede descansar, desregularse un poco sin ser castigado por ello, y volver a empezar.
Una casa amigable para un niño autista no es una casa perfecta. Es una casa que ha decidido ponerse de su parte. Y cuando eso pasa, la calma no llega de golpe, pero poco a poco se nota: menos explosiones, menos peleas, más momentos de respiro y más ratos en los que, sin darte cuenta, piensas: “así sí se puede vivir”.
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Susana Ariza Cantero
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