Hay personas que aman mirar a los ojos y sienten ahí el hogar. Y hay personas para las que mirar duele, abruma o distrae. En el autismo, los ojos no siempre son la puerta; a veces son un foco que encandila. Mirar sin mirar también es escuchar, también es querer, también es estar.
Quizá te ha pasado: hablas y tu hijo mira el coche, las manos o la esquina de la alfombra. “No me hace caso”, piensas. Y, sin embargo, después recuerda cada detalle. No te estaba ignorando: estaba protegiendo su sistema para poder seguir contigo. Si bajo la luz de mis ojos, puedo subir el volumen de mi escucha.
Lo que el ojo no cuenta (y el cuerpo sí)
El contacto visual no mide amor ni respeto. Es, sobre todo, una tarea sensorial: entra luz, se interpretan microgestos, se sostiene la cercanía. Para muchos cuerpos autistas, esa tarea consume recursos. Si convertimos la mirada en condición para hablar, la conversación se encoge o se vuelve teatro.
- Mirar puede doler: demasiada luz, demasiada información a la vez.
- Mirar puede distraer: si fijo los ojos, pierdo palabras; si suelto los ojos, te entiendo.
- Mirar puede enmascarar: “te miro porque me lo piden”, pero por dentro me pierdo.
La presencia no entra por un único canal. A veces entra por las manos compartiendo un objeto, por la respiración acompasada o por un gesto que dice te espero. Estar es más grande que mirar.
La cara no es un manual de instrucciones
Dicen que “la cara es el espejo del alma”. Sí, la cara envía muchísima información, pero muchas veces confusa o contradictoria. Si nos empeñamos en descifrar cada detalle —la mirada, la forma de la boca, las cejas— nos perdemos en el análisis y dejamos de escuchar.
En muchos cerebros autistas solo cabe una vía a la vez. Si toda la energía se va en interpretar la cara (“¿qué querrá decir ese gesto?”), el mensaje se pierde. Intentar leerlo todo a la vez (ojos, boca, cejas, tono, postura) es un sobreesfuerzo enorme que satura. Mejor reducir ruido visual y dejar que la palabra, el gesto o el objeto compartido lleven la comunicación.
Pequeñas escenas que cambian el mundo
1) En el desayuno
— “Mírame cuando te hablo” (se tensa).
— “Te escucho aunque mires el zumo” (respira, responde).
Resultado: vuelve la conversación; el vínculo no compite con sus ojos.
2) En el cole
— “Arriba la cabeza” (pierde el hilo).
— “Te explico mientras dibujamos” (manos ocupadas, mente disponible).
Resultado: menos corrección, más aprendizaje.
3) En la calle
— “Si no me miras, me faltas al respeto” (culpa).
— “Gracias por escucharme a tu manera” (se siente visto sin castigo).
Resultado: respeto verdadero, no teatro de respeto.
Mitos que soltamos hoy
- Mito 1: “Si no me mira, no me escucha”.
Realidad: muchas personas escuchan mejor con la mirada libre. - Mito 2: “Mirar a los ojos es educación”.
Realidad: la educación es cuidar al otro; forzar la mirada no cuida. - Mito 3: “Sin contacto visual no hay vínculo”.
Realidad: el vínculo se teje en la seguridad, no en el ángulo de los ojos.
Cómo se siente forzar la mirada
Imagina que te piden leer mientras te iluminan con una linterna directa a los ojos. ¿Cuánto comprendes? ¿Cuánto aguantas? Forzar el contacto visual en un cuerpo que lo vive como ruido se parece a eso: más luz, menos sentido. Y a veces, más culpa.
Señales de conexión (aunque los ojos miren a otro lado)
- Responde a tu voz aunque mire sus manos.
- Se acerca, comparte objeto, se sienta a tu lado.
- Hace eco de una palabra, sonríe de medio lado, te entrega algo.
- Te corrige con un gesto o te guía hacia lo que quiere.
Eso también es contacto. Eso también es comunicación.
Decisiones de cuidado que alivian
No son técnicas; son elecciones que facilitan la comunicación:
- Nombrar sin exigir: “Puedes escuchar mirando al suelo. Estoy aquí”.
- Compartir foco en lugar de exigir ojos: juguete, dibujo, cuaderno, paisaje.
- Regular el entorno: menos ruido, nada de pantallas encendidas detrás, luz amable.
- Dar tiempo: las respuestas llegan cuando el cuerpo se siente seguro.
Cuando el entorno entiende, el cuerpo descansa
Hay un gesto que lo cambia todo: quitar la condición. “No hace falta que me mires”. A veces, la mirada aparece sola; otras no, y no pasa nada. Lo importante es que la persona se queda y la conversación sigue. La confianza crece donde no hay castigo.
Palabras que abren, no que cierran
- “Te escucho aunque mires tu cuaderno”.
- “¿Quieres que te lo dibuje o te lo cuento?”
- “Te espero. Dime cuando estés listo”.
- “Gracias por decirme que te cansa mirarme. Buscamos otra forma”.
Para explicar a otros (y recordárnoslo dentro)
“No te mira mucho a los ojos porque escucha mejor de otra forma. Si le hablas mientras juega o dibuja, te entenderá más. No es mala educación. Es cuidado sensorial”.
Plan de 10 minutos para hoy
- Elige un momento cotidiano (merienda, deberes, baño).
- Prueba a retirar la condición del “mírame”. Dilo en voz alta: “Puedes escuchar sin mirarme”.
- Ofrece un foco compartido (papel y lápiz, objeto, pictos).
- Observa si la conversación dura más y hay menos tensión.
- Escribe una frase que repetirás cuando te salga el automatismo de pedir ojos.
Mirada final
Mirar sin mirar es, para muchas personas autistas, una forma legítima de estar. Cuando soltamos el mito del contacto visual como prueba de amor, aparece el amor: el que escucha de verdad, no obliga y acompaña al ritmo del otro. Los ojos pueden irse; el vínculo se queda.
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Susana Ariza Cantero
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